EL ROBO
Este año ya poco quedaba de aquel espíritu navideño que se saboreaba años atrás. A medida que fuimos creciendo ese espíritu se iba alejando, como con miedo, de nuestra familia. Únicamente mi tío le hablaba para que no se alejara más, convenciéndole, como esos policías que convencen al secuestrador para que suelta al rehén. Este año parece que mi tío lo había conseguido, el espíritu navideño estaba más cerca que otros años y con él una felicidad un tanto amarga.
Era nochevieja y como todos los años todos nos reuníamos en casa de los abuelos tíos primos, novias, sobrinos, hijos, padres, etc. Estábamos muy organizados: mientras uno colocaba la mesa el otro barría, al mismo tiempo que dos hacían esa cena tan esperada. Eso quizás fuese lo que mas me gustó de la nochevieja. Cuando terminamos de cenar y todo estaba ya recogido, los hombres (entre ellos mi padre) jugaban a las cartas, las mujeres se fueron a ver la televisión y mi primo y yo nos quedamos hablando de las experiencias vividas por ambos el resto del año. Cuando apenas quedaban cinco minutos para las doce, mi abuelo dio un grito y todos corrimos y nos sentarnos en el sofá para saludar con antelación al nuevo año. Cuando terminaron las uvas, mi primo y yo nos fuimos con sus amigos a la calle y así culminar la magnífica noche que aquel día estábamos disfrutando. Mi primo se llama Jony y sus amigos Diego, Alberto, Javi y Nono. Todos son muy simpáticos, siempre me han caído bien, bueno Nono no. Desde pequeño ha sido muy agresivo (yo creo que es por falta de afecto) y un día intentó pegar a mi abuela. Desde ese día no le he vuelto a hablar aunque a mi primo no pareció importarle. Dijo que se puso nervioso y que no había que darle la menor importancia, pero yo no lo creo así. Entre todos decidimos comprarnos unas botellas de licor en la tienda que había enfrente del parque donde estábamos sentados. Desde allí se podían ver los fuegos artificiales que algunos chavales tiraban después de las doce. Yo le dije a mi primo que se fuera él y que nosotros le esperábamos aquí. Nono le acompañó. Desde aquí se les puede ver comprando pero… ¡dios mío!
-¿Qué ha pasado?-me preguntó mi padre. Entonces le miré con mi mayor sinceridad, tragué y me dispuse a contarle lo sucedido.
Nono y Jony estaban comprando algo en el chino (no ofrecí demasiados detalles) cuando… (El corazón me latía más que nunca, los ojos me picaban, me temblaban las piernas y sentía frío, un fío ácido) -continúa- añadió mi padre. Cuando Jony sacó una navaja y le pidió al dependiente que le diera todo el dinero que tuviese. En la tienda se encontraban el dependiente con su hija y al otro lado del mostrador Jony y Nono, que también le acompañaba en el robo. Mientras tanto nosotros atónitos no sabíamos que hacer, además todo pasó muy rápido. La hija del dependiente se estaba poniendo cada vez más nerviosa hasta que cogió un cuchillo de los que allí se vendían y se lo clavó a Nono en el costado. Se lo podía ver en la mirada. Ese navajazo le dolió como cientos de picaduras de avispas, un escalofrío le recorrió la espalda y un fuerte dolor en la cabeza terminó con su agonía. Mi primo le llamó dos veces antes de emprender su huída entre las calles oscuras y vacías de Vallecas. Todo aquello acompañado de los gritos del dependiente y su hija, que llamaron rápidamente a la policía. Yo nunca había visto correr así a mi primo, esquivaba las columnas y los árboles como esos jugadores de fútbol que regatean al contrario sin ninguna dificultad. Jony consiguió coger un autobús y recorrer casi tres kilómetros antes de que la policía le detuviera. Y aquí estoy, contigo en la comisaría declarando lo que pasó.
Ya han pasado seis meses desde que mi primo y Nono robaron aquella tienda y con ella la felicidad que aquel día se respiraba. La semana que viene será el juicio que determine qué será de Jony y yo soy el primer testigo. El resto del grupo salió corriendo en mitad del robo y no le presenciaron, solo yo. En los últimos cinco meses, desde que supe que se iba a celebrar un juicio, no he dejado de pensar sobre si debo ser sincero con la justicia o ser leal a mi primo. Yo tenía la última palabra: Jony es inocente y fue Nono el culpable de todo o por el contrario es culpable. La tienda no tenía cámaras de vigilancia que me pudieran resolver el problema, así que yo debía valorar qué era más importante para mí si la sinceridad o la lealtad.
Estoy sentado frente a los jueces. A la derecha el abogado de Jony y a la izquierda el fiscal. Detrás de mí estaba el público, ansioso por escuchar mi respuesta. Nadie la sabía, ni siquiera yo. Por fin el abogado formula mi más temida pregunta y después de unos eternos segundos de agonía le declaro culpable. El juez central confirma mi respuesta y a continuación dos policías se llevan a Jony que, como si el tiempo pasara más despacio, me mira y deja caer una lágrima. Nunca supe lo que significó esa lágrima, quizá decepción, quizá agradecimiento.
Valor moral: la sinceridad. Aparece cuando el protagonista la elige por encima de la lealtad a su primo (en el juicio). Para él eres mejor persona si eres sincero que si eres leal con tu familia, después de mucho reflexionar sobre ello. El protagonista ha adquirido ese valor moral (la sinceridad) por la reflexión personal y filosófica y no por socialización.